El deseo por la revolución supuestamente rector de estos intelectuales militantes parece aplazarse en los recovecos de disquisiciones por quién tiene el poder de la palabra, quién tiene la razón, quién puede convocar y convencer a los demás. La retórica se retuerce en ejemplos absurdos, pedidos de asambleas, insinuaciones de envidia, declaraciones amorosas, propuestas que se saben nunca se concretarán y definiciones por quién es más comprometido o el verdadero/a sujeto revolucionario.