Al sur del invierno está la nieve: Vestigios de supervivencia
Podemos afirmar que este documental logra captar, a través de su peculiar lenguaje, algo que va más allá de la mera documentación de la actividad del hombre que se desenvuelve en esos entornos. Transportados en el núcleo mismo de la experiencia límite, Vidal transforma la mera contemplación en una verdadera inmersión, vital y peligrosa.
Con Al sur del invierno está la nieve, Sebastián Vidal Campo entrega un documental que retrata el mundo patagónico desde una cotidianeidad de difícil acceso. Ganador en la última versión Sanfic, Vidal propone un ensayo visual que va más allá de su aparente naturalismo tradicional. A través de una mirada insistente que se posa sobre los aspectos de la vida ordinaria, emergen hallazgos insospechados. La cinta se hace testimonio de supervivencia sobre la lucha del hombre en parajes tan hostiles, de la relación que establece con la flora y la fauna, de la difícil tarea de permanecer estoico frente a la omnipresencia de lo perecible.
La cámara alterna planos amplios y estáticos que permiten reconocer las características del entorno y la peculiaridad de la presencia humana, junto con imágenes en primer plano que nos sumergen en la actividad ganadera, en la conquista del territorio pero también en las cocinas, símbolos de victoria en la obtención del alimento. Presenciamos escenas de una naturaleza potente y cruda, y los esfuerzos humanos por construir espacios habitables. De tanto en tanto, surgen conversaciones triviales entre trabajadores y habitantes de la zona, en el trasfondo se deja escuchar la transmisión de la radio o la televisión que denota el imaginario de la comunidad y canciones que reseñan y despiertan el alma. La cámara abandona cada tanto los trazos de la civilización para presentarnos los animales salvajes que pueblan estos paisajes. Los pumas asechan las llamas, los zorros buscan comida bajo la mirada atenta de los cóndores que sobrevuelan el territorio. En ciertas ocasiones se graban sobre las imágenes los versos del poeta patagónico Rolando cárdenas, que profundizan la mirada y ofrecen el relato de experiencias extremas en primera persona. Frente a esta diversidad de escenas, se va instalando poco a poco la rudeza del invierno del extremo sur del país.

¿Cómo habla Vidal de la inclemencia? Todos sabemos algo de ella, sin embargo, nos pasamos gran parte de nuestras vidas huyendo de sus manifestaciones. Al sur del invierno está la nieve le da pleno protagonismo a la crudeza. Entrega un material que pareciese sin procesar, en donde todo remite a la supervivencia. Lejos de la seguridad concedida por los espejismos de la civilización, el trabajo de Sebastián Vidal no da cabida a lo superfluo. Su documental logra hacerse con un pedazo de esencialidad. Nos revela el extremo sur del país, desafiando las leyes de la representación, al alcanzar en ciertos momentos una manifestación directa, exenta de mediación, exponiendo en bruto las primitivas leyes de ese territorio.
En un principio, la primacía de la imagen nos aplasta. Faltan palabras y en esta tierra de nadie, el humano se vuelve prisionero de sus proyecciones y se hace propenso a la alucinación, al animismo y al pensamiento mágico. Todo sirve para resguardar algo de cordura. La cámara guarda de tanto en tanto su distancia y contempla, sin interceder con el fluir del mundo, para luego perderla y ofrecer una visualidad descarnada y carcomida por lo real. La falta de filtro transforma la imagen en algo casi irreal y por lo mismo, en extremo cinematográfica. Sin distancia frente a lo que se ve, sentimos en los huesos el frio del invierno, el tufo del animal que nos sopla la nuca, los aullidos que atraviesan el cuerpo entero y el olor que satura los sentidos. La sensorialidad de la experiencia lo envuelve todo, y por un instante somos uno con el salvajismo de la bestia y la crudeza del territorio.
El relato de Vidal, tan sutil, parece privarnos en un primer momento de los soportes simbolicos y nos deja a la deriva, perdidos en el territorio. Se anhelan palabras ante tanta vastedad. Poco a poco, emergen voces, murmullos y cantos que nos mecen y descubren la presencia humana. La música, desde su peculiaridad idiomática, nos abraza como lo haría una canción de cuna. Visto desde la perspectiva de este documental, toda música tiene por función protegernos y aliviar nuestro desamparo. Y de la pluma del poeta patagónico Rolando Cárdenas, entendemos que los versos sirven de brújula en esta tierra inhóspita. Seguimos sus pasos, a través de la escritura, que al igual que la cámara de Sebastián Vidal, se encuentra en primera línea, trazando contornos en lo amorfo.
El hombre es presentado él también como un animal feroz que somete la bestia, cerca el ganado, interviene el territorio, extrae lo que acalla su hambre, obligado a gestionar una saciedad siempre frágil y transitoria. Hombres arrojados a la intemperie que juegan a ser dioses, haciendo malabares con el ingenio, la pólvora y el fuego, dando lugar a una máquina que dispara, escupe chispas e interrumpe la quietud de un mundo que lo precede, haciendo de él el mayor de los depredadores.
Entendemos, poco a poco, que los relatos son indispensables para habitar la tierra. Las conversaciones que captura la cámara parecen murmullos ininteligibles que se esfuman con el viento. Seguir hablando es un acto de supervivencia, como si se avivara un fuego que no debe desaparecer. El mito emerge a su vez como una estructura que ordena el caos. La madre tierra y la mujer se funden en la figura de la bruja. En efecto, el mal debe ser delimitado para ser enfrentado, aunque parezca un fantasma. Pero en estos parajes, tarde o temprano, todo cae, todo se encorva, todo muere, salvo la naturaleza que permanece inalterada, recubriendo los restos petrificados bajo un manto de nieve.

Sebastián Vidal dispone de un sinfín de escenas que retratan el desamparo y los principios de la rendición. Un puma cercena la yugular de una llama hasta que el pulso se detiene. Un hombre degolla una oveja y vacía, gota a gota, el cuerpo de su sangre. Así se hace vida y se hace muerte en el fin de mundo. En aquellos límites, en los que escasea el calor humano, más vale cuidarse, la muerte y su sombra supervisan cada rincón de este pedazo de tierra. Huir de ella llevó, en alguna ocasión, al poeta a acunarse en las tripas aún humeantes de un animal, como un intento de volver al útero y reproducir la posición original, una suerte de reverencia para acallar la furia del amo. Ante tal potencia, Vidal se detiene en el grito de un cordero abandonado a su suerte. No puedo dejar de asemejarlo al llanto de una guagua, que se presenta como el desvalimiento más radical. Sin la asistencia de un otro, los aleteos de un cuerpo desarticulado en estos parajes se detendrían rápidamente.
Podemos afirmar que este documental logra captar, a través de su peculiar lenguaje, algo que va más allá de la mera documentación de la actividad del hombre que se desenvuelve en esos entornos. Transportados en el núcleo mismo de la experiencia límite, Vidal transforma la mera contemplación en una verdadera inmersión, vital y peligrosa. Vivimos en carne propia, la intensidad del fin del mundo, el arrojo sin mediación a una naturaleza que fascina y amenaza como lo hace la muerte, su protagonista espectral indisociable. Vidal aborda su objeto con tanta sencillez, que sus imágenes van al hueso, a un hueso duro de roer. Nada sobra, nada falta en la propuesta de Sebastián Vidal. La vida y la muerte coquetean a sus anchas, y entre medio, se hace lo que se puede… o como bien dice un personaje de la cinta: “que sea lo que dios quiera no más”.
Duración: 96 min.Año de estreno: 2025. País: Chile. Dirección y guion: Sebastián Vidal Campos. Producción: Cine Lárico y Trino Films. Fotografía: Aurora Rojas. Montaje: Pedro Abarca. Música: Milton Núñez Mora. Diseño sonoro: Roberto Espinoza y Roberto Zuñiga

