Denominación de origen: Lo político y lo popular
A primera vista podría parecer una comedia liviana sobre una disputa local —la pugna por el origen legítimo de una longaniza— pero bajo esa superficie se esconde una de las propuestas más lúcidas del cine chileno reciente. La película articula un lenguaje que es a la vez documental y ficticio, popular y sofisticado, íntimo y colectivo.
¿Qué ocurre cuando una comunidad se filma a sí misma, se reinventa desde la ficción y se narra desde la vereda del humor y la resistencia? Denominación de Origen (Tomás Alzamora, 2024) no responde a esta pregunta de forma directa, sino que la despliega, la encarna y la tensiona. A primera vista, podría parecer una comedia liviana sobre una disputa local —la pugna por el origen legítimo de una longaniza—, pero bajo esa superficie se esconde una de las propuestas más lúcidas del cine chileno reciente. La película articula un lenguaje que es a la vez documental y ficticio, popular y sofisticado, íntimo y colectivo. Y lo hace desde una estética de lo cercano, de lo cotidiano, que convierte lo periférico en centro narrativo y lo anecdótico en símbolo.
Una primera secuencia nos muestra a un joven sobre un fondo psicodélico entregando sus impresiones sobre la protagonista del metraje, la Longaniza. “Es como la primavera” nos dice, tras probar el embutido sancarlino. Alzamora nos propone repensar la mirada dominante del espectador para habitar con complicidad un espacio íntimo y afectivo. Durante el recorrido de Denominación de origen seremos interpelados continuamente al simple gesto de creer, y suspender con ello el más primordial de los pactos fílmicos, el pacto ficcional clásico. La premisa de Alzamora es clara: pongamos, en su lugar, el peso de la presencia estética del sujeto anónimo.
Todo comienza con una victoria fallida; tras una cata a ciegas de longaniza, la ciudad de San Carlos, inesperadamente vence a la de Chillán y se hace con el primer lugar del concurso. Sin embargo, a poco andar, un fallo técnico invalida el resultado: la longaniza debe pertenecer a la comuna de Chillán. Este hito, entendido por la comunidad como una injusticia y un robo deliberado, es el motor de la historia que vendrá después, y que es, la que se supone, aquella en la cual se deposita la ficción de este falso documental. La “derrota” existe. Lo demás, es lenguaje cinematográfico puro:, una suerte de neorrealismo en donde una serie de personajes enarbolarán la bandera de lo comunitario a través de la conformación de un colectivo, el M.S.P.L.S.C o “Movimiento social por la longaniza de San Carlos”. Estos vecinos, insertos cada uno en una historia ficticia de lucha y reivindicación, representa distintos “modus vivendi” en esta suerte de “ecología” del espacio colectivo, en donde lo que se busca es la denominación de origen de la longaniza, como forma de restituir aquel valor inherente a sí misma y que la burocracia le ha expropiado.
Comenzará un largo camino de búsqueda de estrategias que permitan este restablecimiento a partir de algo que ya ha sido fisurado y expoliado, desde mucho antes; la certeza de lo colectivo, por sobre la raigambre de lo individual en una sociedad que ha crecido en medio de los avatares de uno de los sistemas capitalistas más descarnados del mundo. Para esto, Alzamora se atreve a lo provocativo de utilizar un lenguaje fílmico directo, sin ambages, en donde el humor, la imagen, la palabra y el gesto sean los pilares.
Porque quizás lo más subversivo de Denominación de Origen sean sus materiales crudos, su “musculatura”, su esencia. La frescura actoral de personajes no actores, que nos obligan a entrar a un territorio a ratos incómodo, por anárquico e intuitivo (y a veces al borde del precipicio de lo caricaturesco), en donde la libertad de cuerpos no adoctrinados es el verdadero sustrato de realidad de la obra. El gesto actoral académico es reemplazado por la dimensión física, material de los personajes dentro de lo narrado, permitiendo la emergencia de lo real como “forma” en donde cada personaje instala una poética, un modo de encarar la vida.
Donde otras historias desplegarían un fresco de roles estereotipados y dignificados por la epopeya de su lucha social, los personajes de Denominación…no buscan convencernos, ni instruirnos, ni siquiera buscan identificación porque en sí mismos cada uno representa un universo particular e irrepetible, a veces, incluso estrafalario, como es el caso de DJ Fuego, arquetípico personaje multifacético de pueblo chico, perenne participante de cada kermesse, festival o bingo, y que en el film hace las veces de articulador de la propuesta propagandística y animador de la campaña del movimiento social. En su faceta de DJ cree que su propuesta musical basada en la cumbia y la ranchera pueden ser un arma revolucionaria, por lo que no duda en perfomar musicalmente cada vez que puede, con una estética campesina que, aspirando a una cierta urbanidad que no le es inherente, termina por conseguir una estética recargada y basta, rayana en lo Kitsch. Para sobrevivir, realiza, sin ninguna instrucción académica, todo tipo de trabajos de diseño, diagrama carteles, esquelas, imprime tazones, siendo imposible no advertir en él una representación del mestizaje cultural chileno contemporáneo, entre lo rural y lo urbano, lo artesanal y lo digital, lo festivo y lo político, reflejando un tipo de creatividad muy propia del Chile rural contemporáneo, donde el ingenio es capaz de compensar la falta de recursos.
El humor es otra forma, de entre las muchas formas que tiene el film de enfrentarnos a una corporalidad desprejuiciada. Cuando nos reímos de la precariedad de la historia y sus personajes, no lo hacemos desde la superioridad, si no desde una autocrítica cómplice, porque nos reconocemos en ella como sujetos de un mismo verosímil. Es así como hacemos el tránsito de lo estético a lo ético, a una imagen política no solo en su forma, si no también en su contenido, porque la búsqueda de restituir el valor de la longaniza es también la búsqueda de objetivos que forjen una unidad que nos de sentido de pertenencia, que nos convoque a un eje que al fin logre despersonalizar nuestras batallas cotidianas en torno a algo que no me beneficie solo “a mi” que logre des-alienarnos y reconstituir lo gregario como algo que deje de parecernos amenazante. El personaje de “La Luchita”, la vecina Trans que se muestra como uno de los más férreos agentes de lucha, es probablemente la máxima representación de cómo es posible establecer el liderazgo barrial como forma de dignidad y agencia política, y como desde la vivencia de la propia marginalidad (y tal vez debido a ella), es posible construir empatía y pertenencia en torno a causas que exceden un trazado individual. Sabemos que Luisa Barrientos no tiene ninguna relación con la industria de embutidos. Todo lo que hace es desde la urgencia de restituir la dignidad, la historia, la valía del territorio y sus habitantes y el derecho que les es consustancial ; el de definir lo propio.
La búsqueda de estos cuatro personajes protagónicos no es la de interpelarnos dramáticamente, si no, y tal vez esto sea lo más revolucionario que, busca hacernos sentir el ritmo de una comunidad que pugna por reivindicaciones desde su condición de marginalidad. Y es que, ¿hay algo más subversivo e inquietante, que utilizar la ficción pura y dura para tratar de demostrarnos cómo el ser humano anónimo y negado por las estructuras centralistas de poder, logra salir a flote en medio de la invisibilidad a la que ha sido relegado?
Pasados varios meses de su estreno, es fascinante ver como Denominación de origen y su éxito de público, consigue que un espectador no necesariamente instruido en la cinefilia logre entusiasmarse con operaciones tan complejas como el juego entre realidad y representación a partir de la mezcla ficción-documental. Y es que no olvidemos que la operación de este falso documental es más que mostrarnos el espacio rural desfetichizado y redensificado, alejándolo de la imagen folclórica o pintoresca a la que lo han relegado los grandes relatos. Es la de establecer, en la democrática forma de la comedia, que el cine puede ser, y es, un dispositivo estético que amalgama lo político y lo popular, cuando logra traspasarnos grandes preguntas y elevadas certezas. Como por ejemplo, la de que, al final del día, somos el país de los grandes acuerdos que se gestionan en medio de la derrota y la debacle, a puerta cerrada, siempre extemporáneos, siempre producto de la tensión de actores sociales sometidos al envilecimiento y a la invisibilidad de la injusticia y la opresión, pero que luego son incapaces de sostenerlos en la reflexibilidad de su establecimiento. Que funcionan en lo retórico, pero que luego se desmaterializan en un colectivo que no tiene conciencia de sí mismo y que en su propia sedición siempre toma partido por el bando opuesto. Y lo celebra. Y hace de ello una victoria, aunque los anule y los siga remitiendo a la perpetuidad de la indigencia.
Título: Denominación de origen. Director: Tomás Alzamora Muñoz. Guion: Tomás Alzamora Muñoz, Javier Salinas. Producción: Pablo Calisto. Casa productora: Equeco. Reparto principal: Luisa Maraboli (o Marabolí), Exequías Inostroza, Roberto Betancourt. Duración: 86 minutos. Género: Comedia, Falso documental. Año de producción: 2024. Distribución: Storyboard Media