Kaye: Crecimiento delimitado

La película opta por una forma breve, menos de hora y media, y por una narración con énfasis en elipsis temporales que indeterminan el paso del tiempo (todo pudo haber durado menos de una semana o unos cuantos meses) y sugerir las incomodas implicancias sociales y políticas en vez de subrayarlas culposamente o ejercer el sensacionalismo.

Luego de Perro bomba (2019), con el protagónico de un inmigrante haitiano en Santiago, Juan Cáceres presenta otra película que sale al encuentro de un personaje que merodea en la marginalidad, esta vez sobre una preadolescente en la ciudad costera de Cartagena . Digo “salir al encuentro”, pensando en la perspectiva adoptada por ambas películas: son ficciones con algún tratamiento documental sobre vidas precarias, pero que, en un extremo, carecen de la opacidad de los ejercicios de no-ficción, mientras que, del otro extremo, tampoco pretenden ser obras guionizadas de antemano. También las tramas de ambas películas parten sin una presentación definitoria de sus personajes, parecen llegados aleatoriamente, como en un encuentro casual, y de ahí se les sigue hasta un punto en que los espectadores podamos hacernos una idea más completa de ellos. En Kaye la trama y los personajes fueron elaborándose durante la preproducción, la que se tomó su tiempo para documentarse en la localidad, la toma Villa Las Loicas, y descubrir allí a algunos de sus actores, partiendo por la protagonista, descubierta en un casting, la joven Antonella Bravo.

El punto de partida sitúa a Yeka (Bravo), en un entorno delimitado por condiciones materiales rudas, tanto geográficas (frente al mar y las olas que chocan con las rocas), como de precariedad económica (vive en los márgenes de Cartagena) y discursivas (el discurso en off de la hermana mayor sobre la injusticia social y la meritocracia de la fama). Pero, por encima de eso, Kaye opta por centrarse en su protagonista, en la complicada edad en que se deja atrás la infancia y se emprende la adolescencia. Hay en ella una fuerza soterrada, evidenciada en la parsimonia de sus movimientos, en sus miradas límpidas y en el tono monocorde de su habla que permiten atisbar abandono emocional por parte de su entorno más cercano.

Aunque no es una huérfana, se percibe algo de indiferencia, es fácil pensar que, dentro de su familia, prácticamente un matriarcado donde no se atisba figura paterna, se ve opacada por la figura de su hermano Benji, carismático músico urbano en alza, y centro de atención de la familia como de la comunidad. Ese dato es importante, ya que la figura de Benji opera como espejo a la vez que pivote de la experiencia de Yeka, ambos han vivido circunscritos en la contención familiar. De no ser por Nayi, su mejor su amiga, y pese al cariño de su familia que surge de tanto en tanto, parece condenada a ser una joven más de la toma, conocida por todos, pero no reconocida como alguien en particular.

Este planteamiento, propio de las historias de formación, revela un trasfondo oscuro y complejo cuando suceda la muerte de Nayi, producto de una bala loca durante una tocata de Benji. De pronto es el luto lo que marcará el trayecto hacia la madurez de Yeka, a la vez que se implica la posibilidad de que el disparo haya salido de su entorno familiar, con lo que se anudan su recorrido vital con el recorrido por los recovecos de Las Loicas. La cartografía emocional de la chica va sucediendo en medio de sus desplazamientos por los ejes verticales de Cartagena y Las Loicas, entre zonas familiares (la casa, la escuela) y marginales (donde deambulan los pasteros, como la madre de Nayi) o también en el develamiento de lo que antes era ingenuidad (el microtráfico familiar, la pistola guardada).

Esa convención de tipo coming of age, sin embargo, no es usada por la película en términos de ejemplo del género mismo sino que es ocupada como estructura que, al mismo tiempo que desarrolla cierta toma de conciencia para su personaje, le permita exponer el trasfondo social de precariedad y violencia en términos de una circularidad o una forma autocontenida. No hay mayor profundización narrativa para lo que la joven va encontrando en su camino, algo que podría equivaler a abandonar al personaje para seguir a otros, traicionando la focalización en Yeka. La película opta por una forma breve, menos de hora y media, y por una narración con énfasis en elipsis temporales que indeterminan el paso del tiempo (todo pudo haber durado menos de una semana o unos cuantos meses) y sugerir las incomodas implicancias sociales y políticas en vez de subrayarlas culposamente o ejercer el sensacionalismo. En otras palabras, no hay muchas luces sobre una exterioridad social a la de la población, incluso respecto a Cartagena. El abandono por parte del estado resulta bastante obvio y no es lo más interesante, aunque tampoco la película busca explorar más allá de ciertos lugares comunes a la hora de pensar la precarización social.

En todo caso en Kaye hay una explícito a llamado al cambio en términos de reconocimiento que se presenta como continuador del status quo. Aun bajo el paraguas familiar (la hermana mayor es manager de Benji) se siente natural que ambos quieran salir y vivir unas vidas menos chatas. El deseo de fama y bienestar material que animó a Benji a dejar la casa y dedicarse a la música urbana, hace eco en la experiencia de Yeka, aunque su gesto final sea bastante más ingenuo que el de su hermano.

Ya en un juego más cinéfilo, resulta llamativo pensar que operaciones de películas como Kaye y otras como Ensayos y errores, Limpia o Los años salvajes sintetizan algunas formalizaciones empleadas en por el novísimo cine chileno de principios de siglo, pero que, en vez de perderse recreando espectros sensoriales y seguir personajes de espaldas a la contingencia, definiendo cierta imagen-tiempo según la moda del slow cinema de aquellos años, acá se abrevian y optan por entregar la sensación en un modo más narrativo, con personajes-testigo de lo contingente (en busca de acción), muy propia de estos tiempos de consumo de reels y tweets, de reconversión de la realidad en narración y la imagen en información.

 

Dirección y guión: Juan Cáceres. Elenco: Antonella Bravo, Vanyelina Muñoz, Pascale Rojas, Valentina Muñoz, Benjamín Gamboa, Marcela Salinas, Paula Dinamarca, Paola Lattus, Roberto Cayuqueo, Elsa Jeria, Estrella Molina, Jenni Espinoza. Casa productora: Infractor Films, Ombre Rosse Film Production (Italia), Pejeperro Films. Producción: Alejandro Ugarte, Andrea di Blasio, Esteban Sandoval. Dirección de fotografía: Valeria Fuentes Briones. Montaje: Erika Manoni, Juan Cáceres. Dirección de arte: Karla Molina. Sonido: Andre Millán, Christian Cosgrove. Música: Benji Gramitos, Broken. Año: 2025. Duración: 85 min.