Me rompiste el corazón. Un pipeño dulce y cristalino
Más allá de esto, creo que el trabajo de Boris Quercia permite pensar un particular retrato de “lo popular” en el cine y la televisión chilena. Desde Sexo con amor hasta Los 80, pasando por cintas como El rey de los huevones o Chile puede, llegando ahora a Me rompiste el corazón, hay pocos autores que han insistido en una búsqueda por filmar una chilenidad aterrizada y sincera. Si se dijera que apunta a algo así como el corazón de “lo chileno”, habría que indicar que es un corazón contenido; un pueblo que al parecer acepta su destino y se ubica conforme en su precario equilibrio.
La negra Ester es uno de los hitos más importantes en la historia del teatro chileno. El musical escrito en décimas por Roberto Parra y adaptado a las tablas por Andrés Pérez a fines de los 80 no es solo un éxito absoluto de público -siendo la obra más vista en la historia del país-, sino que también captura una esencia popular que ha generado un arraigo y una identificación quizás sin par. Así como los porotos y abusar de los diminutivos, hay pocas cosas más chilenas que La negra Ester. Me rompiste el corazón dirigida por Boris Quercia, no es una adaptación de la obra de Pérez, sino una reconstrucción de la vida de Roberto Parra y cómo llegó a enamorarse a la afamada prostituta de San Antonio. Al ser el musical una autobiografía, y la película una suerte de biopic criollo, resulta un tanto confusa la diferencia entre las dos, pero volveré sobre esto un poco más adelante.
La película adopta una perspectiva “meta”, es decir, comienza fuera de la narración, con un Daniel Muñoz (actor que interpreta a Roberto Parra en la ficción) esperando a un despreocupado director de una película sobre Roberto Parra. Intentando convencer al actor para que no se vaya, una productora le pasa unas cintas de cassette que contienen conversaciones entre Parra y un joven Álvaro Henríquez, líder de la banda Los Tres y gran heredero del rockabilly y jazz huachaca característico del tío Roberto (un Henríquez que a su vez estuvo a cargo de la musicalización de La negra Ester y la banda sonora de Me rompiste el corazón). Vemos entonces a Muñoz ya caracterizado de Parra, contándole de su vida a Henríquez mientras ensayan algunas cuecas choras y canciones populares. Entendemos entonces que este material, del que retazos aparecen en la pista de audio de la cinta, ha de ser una de las fuentes primordiales para el guion cinematográfico.

Con idas y venidas, flashbacks y raccontos, la película deambula por la vida del tío Roberto, su infancia en Chillán, sus años mozos aprendiendo a tocar la guitarra en prostíbulos de pueblo, y el agridulce tiempo que pasa con Ester, interpretada por Carmen Gloria Bresky. La película entra y sale de la ficción, utilizando para ello diversos registros y técnicas de filmación. Sin un despliegue visual de gran envergadura, la cinta consigue una reconstrucción de época convincente, potenciada por actuaciones de peso, en particular de Bresky y Muñoz. Es difícil imaginar un mejor casting para Roberto, siendo Daniel Muñoz no solo un gran exponente en el mundo de la actuación, sino también al contar con una destacada trayectoria como cantor de cueca brava y cueca chora. El resultado entrega lo que de seguro será uno de los papeles más icónicos al interior de su ya ilustre carrera.
Por su parte, el uso de marionetas y miniaturas aportan a la visualidad y atmósfera de la película, a la vez que pueden entenderse como soluciones creativas para escenas difíciles de filmar de manera más naturalista. Asimismo, cierta teatralidad aparece cuando, por ejemplo, vemos a Clarisa Sandoval, la madre del clan Parra, o al actor que interpreta a Roberto de niño, en un escenario oscuro, quebrando la reconstrucción de época en búsqueda de un tono más expresionista. Estos juegos aportan a una propuesta que se construye desde la memoria individual de un sujeto, y que sus vaivenes hacen retroceder pretensiones realistas. De todas estas estrategias, quizás la menos lograda sea precisamente la primera, esta “puesta en abismo” de la película sobre la película, cuyo aporte y justificación a la propuesta no ofrece grandes rendimientos.
En otro nivel, es posible distinguir cómo conviven dos esquemas al interior de un mismo proyecto: uno cinematográfico y otro televisivo. Esta decisión no es negativa en sí, y en un escenario como el chileno, donde es necesario maximizar todas las oportunidades, es más que legítimo apuntar a diversas vías de difusión para una obra, especialmente una como esta que tiene un fuerte potencial de arraigo -cosa ya probada por la gran cantidad de público que la cinta ha llevado a las salas. Ahora bien, ya antes de saber que la obra cuenta con apoyo y financiamiento del CNTV para presentarse como serie, es evidente que hay una serie de secuencias tan abreviadas, que solo tienen sentido si forman parte de otro producto. Esto me parece especialmente nítido en el efímero momento de Roberto “joven” y su relación con un también joven Lalo Parra, hermanos que, se sabe, compartieron la pasión por la música popular y grabaron discos juntos. Siendo más tajante aún, me parece que lo verdaderamente cinematográfico -en términos de que funciona en tanto que película de cine- es la relación de Roberto y Ester en San Antonio, mientras que los retazos de la vida del protagonista nutren poco al nudo dramático de la historia.

En esta conjugación entre cine y televisión es donde, tal vez, la decisión de no adaptar la obra de Andrés Pérez tiene su mayor justificación. En la búsqueda de ampliar el relato, la historia de amor en el prostíbulo de puerto puede resultar acotada, y una perspectiva amplia sobre la biografía del protagonista puede sonar más acorde a principios televisivos, principalmente en relación a la búsqueda de financiamiento. Como decía, esta opción me parece legitima, pero termina mermando la cohesión de la cinta, cuyos pasajes más logrados son los que recuerdan a la obra de teatro. Es más, el propio Quercia ha mencionado que su intención era generar un complemento a La negra Ester, su época y su estética, sin “reemplazar ese legado”. Este argumento es en sí rebatible, cuando a diario vemos cómo adaptaciones en todo tipo de soportes y plataformas no hacen sino revitalizar las obras en las que se inspiran. Es más, resulta curiosa la total ausencia de la obra teatral, incluso en el nivel “meta” que la película adopta, toda vez que el propio Quercia interpretó a Roberto Parra en el elenco original de La negra Ester.
Más allá de esto, creo que el trabajo de Boris Quercia permite pensar un particular retrato de “lo popular” en el cine y la televisión chilena. Desde Sexo con amor hasta Los 80, pasando por cintas como El rey de los huevones o Chile puede, llegando ahora a Me rompiste el corazón, hay pocos autores que han insistido en una búsqueda por filmar una chilenidad aterrizada y sincera. Si se dijera que apunta a algo así como el corazón de “lo chileno”, habría que indicar que es un corazón contenido; un pueblo que al parecer acepta su destino y se ubica conforme en su precario equilibrio. Resuena aquí la famosa frase de Juan Herrera (otro papel clásico de Daniel Muñoz) en Los 80: “en esta casa no hay ni comunistas ni pinochetistas”. Esta consigna puede servir para englobar esta preocupación y punto de vista que Quercia asume sobre los mundos con los que trabaja. El Chile que vemos en Me rompiste el corazón es honesto y entrañable, funciona como máquina de nostalgia para un mundo que ya no existe, y como tal, presenta una visión a ratos idílica y romantizada de lo popular. Esta, podría argüirse, es una posición necesaria al interior de un panorama cultural diverso. Sin estar en contra de una perspectiva así, creo que una obra no pone en riesgo su calidad patrimonial al problematizar críticamente su ambiente y contexto, cosa que echo en falta aquí. Continuar reflexionando sobre estas preguntas es una tarea pendiente para quienes nos interesa el cruce entre imagen, representación y mundo popular.
Título: Me rompiste el corazón; Dirección y guion: Boris Quercia; Elenco: Daniel Muñoz, Carmen Gloria Bresky, Carolina Paulsen, Gustavo Becerra, Juan Carlos Maldonado, Cristobal Gallardo, Rodrigo Salinas, Cristóbal Gallardo, Maricarmen Arrigorriaga, Otilio Castro, César Sepúlveda Productora: Riveros Producciones, Chilechitá, Gesswein Producciones; Género: Drama, Romance, Biográfico, Música; Producción ejecutiva: Alberto Gesswein; Producción general: Alberto Gesswein; Dirección de fotografía: Antonio Quercia; Montaje: Camilo Campi; Dirección de arte: Felipe Cáceres Normand; Sonido: Mauricio Molina; Música:Alvaro Henríquez, Roberto Parra Sandoval; Año: 2025; País: Chile; Duración: 97 minutos; Distribuidora: Cinecolor Chile

                        