Lullaby: el canto de cuna como memoria
La sensación que produce es la de estar escuchando un susurro. Y no un susurro cualquiera, sino uno cargado de memoria, de afectos y de nostalgia. Lullaby funciona como un eco de la infancia, como una evocación de aquello que permanece aunque ya no esté.
En un tiempo en que el cine de corta duración muchas veces apuesta por la espectacularidad o la sorpresa inmediata, Lullaby, dirigido por Mussy, el nombre artístico de David Parra Z., se desmarca con un gesto radicalmente distinto: detenerse en lo íntimo, escuchar los silencios y sostener la mirada en aquello que apenas se dice. La historia sigue a Bella, una mujer mayor y profundamente religiosa que, tras verse obligada a mudarse con su hija, comienza a forjar un vínculo con su pequeño nieto, un niño que no ha sido criado en la fe ni en la memoria de su familia. Desde ese punto de partida, el cortometraje se adentra en los pliegues de la transmisión generacional, explorando cómo la religión, la historia y el afecto se entrelazan en el espacio doméstico.
Mussy es un cineasta chileno formado en la Universidad de Chile y posteriormente en Columbia University, en Nueva York, donde obtuvo un MFA en Dirección de Cine. Su carrera se ha ido moldeando entre dos orillas: la sensibilidad latinoamericana, atravesada por memoria, afectos y comunidad, y el rigor cosmopolita aprendido en la academia norteamericana. Esa doble raíz se siente en Lullaby, un trabajo que parece dialogar tanto con la tradición poética del cine latinoamericano como con búsquedas más universales de lo íntimo.
Desde el inicio, Lullaby rehúye de la narración convencional. No le interesa llevar al espectador de un punto A a un punto B, sino sumergirlo en un estado. La cámara de Mussy se mueve con discreción, casi con pudor, y en esa contención radica su fuerza. Cada encuadre parece diseñado no para exhibir, sino para acompañar. El montaje, sereno y sin estridencias, invita a habitar los gestos mínimos: un roce, una pausa, un silencio.
La sensación que produce es la de estar escuchando un susurro. Y no un susurro cualquiera, sino uno cargado de memoria, de afectos y de nostalgia. Lullaby funciona como un eco de la infancia, como una evocación de aquello que permanece aunque ya no esté.
El título no es casual. La canción de cuna, ese canto para arrullar, se convierte aquí en una poderosa metáfora. La canción de cuna protege, pero también recuerda. Es repetición y, al mismo tiempo, despedida. Lullaby se apropia de ese imaginario y lo traduce en imágenes que funcionan como fragmentos de una memoria en fuga.
Mussy logra algo complejo: no se aferra a la nostalgia de forma obvia ni explota lo sentimental como recurso fácil. Al contrario, trabaja desde la sugerencia. El espectador no recibe explicaciones ni respuestas claras; debe completar los espacios en blanco con su propia sensibilidad. En ese diálogo íntimo entre obra y público radica el verdadero poder del cortometraje.
Uno de los aciertos más evidentes de Lullaby está en su propuesta visual y sonora. La fotografía apuesta por una paleta cálida, con luces suaves que bañan las imágenes en melancolía. La naturalidad de la iluminación no solo refuerza el carácter íntimo del relato, sino que lo conecta con lo cotidiano, con lo vivido.
El sonido, por su parte, es un personaje en sí mismo. Los silencios no son vacíos, sino presencias. Los susurros y el motivo musical de la canción de cuna construyen un espacio envolvente que intensifica la experiencia. La película no solo se ve: se escucha, se respira. Y eso, en un cortometraje, es un logro mayor.
Aunque se trata de un trabajo temprano en la filmografía de Mussy, Lullaby revela a un cineasta consciente de sus herramientas y de lo que quiere contar. La influencia de su paso por Columbia University se nota en el rigor formal, en la precisión de los encuadres y en el cuidado del montaje. Pero la raíz chilena está siempre presente, anclando la obra en una sensibilidad profundamente latinoamericana.
El cine de Mussy dialoga con tradiciones diversas, pero lo hace desde un lugar propio, sin necesidad de impostar ni de exhibir virtuosismos. Lullaby es un ejemplo de cómo se puede alcanzar madurez sin grandilocuencia, apostando por lo esencial y por lo humano.
La obra de Mussy ha sido reconocida previamente en festivales internacionales de prestigio, como el Festival Internacional de Cine de la Habana, el Festival Internacional de Cortometrajes SHNIT y el SANFIC. Estos espacios han confirmado la capacidad de su cine para trascender fronteras y resonar en públicos diversos.
Lullaby, en cambio, apenas comienza su recorrido festivalero. Pero hay algo evidente: su cualidad poética y la solidez de su propuesta lo proyectan como una obra destinada a encontrar un lugar propio en el circuito. Es el tipo de cortometraje que no necesita gritar para hacerse notar; su potencia radica en el murmullo que deja después de ser visto.
En definitiva, Lullaby es mucho más que un ejercicio de estilo o un experimento narrativo: es un gesto profundamente humano. Es un pequeño canto de cuna convertido en cine, un arrullo que invita al espectador a detenerse y a escuchar. Breve pero persistente, se queda en la memoria como esas melodías que nunca se olvidan.