Informe XXXII FicValdivia (1): Un eclipse y el caos
Comenzamos con nuestros informes de cine chileno en FicValdivia. Aquí MIkaela Leal comenta Un eclipse y el caos parte de la competencia oficial.
En Curriñe, comuna de Futrono, región de Los Ríos. Dos realizadoras se quedaron a vivir un año durante la pandemia luego de haber cursado una residencia artística cerca de ese lugar. Este es el paso inicial que las llevó a querer registrar audiovisualmente lo que vivieron en ese período de tiempo, sin tener la posibilidad de regresar a sus hogares debido a la cuarentena.
El encierro dio paso a la creatividad y a la observación, grabaron desde diversos puntos de vista, tanto de paisajes, actividades diarias de la familia que las acogió, sueños, etc.
La película en sí es un retrato de una familia compuesta por una abuela y 5 nietos que viven en este pequeño pueblo y conectan todo el tiempo con su entorno. Se presenta como documental, pero con un frescor a ratos bien onírico. Un comienzo a oscuras en el sur de Chile, muy sonoro, el cual se estructura dentro del territorio de los sueños. Así ya adentramos en la contemplación de otro ritmo, distinto a la ciudad y su inmediatez a la que nos hemos acostumbrado quienes la habitamos.
La fuerte presencia de aves chilenas es clave para identificar la identidad peculiar de la zona, un chucao les da la bienvenida. Los animales nos entienden dicen los niños, nosotros no a ellos. Todos los personajes no humanos del film adquieren protagonismo cuando son captados por la cámara, porque entre todos forman un equilibro en este ecosistema, pareciera que cada uno sabe cuál es su rol y cómo deben convivir con los demás.
La infancia retratada por sí misma, con una cámara inestable, llena de movimiento, sujetada por los cinco pares de manos jóvenes. Siempre dando paseos por los cerros que los rodean, aprovechando de recolectar los frutos ofrecidos y un delicioso changle que será cocinado como pino para las empanadas de la once.
La soledad de los paisajes se ve opacada por esta pequeña comunidad que han creado entre familias. Con ellos nunca reina un absoluto silencio, a la hora de comer sobre todo es cuando mayor caos sonoro hay. El pan y las masas en general son el sustento base, algo clásico de nuestros hogares chilenos. En el interior del hogar tenemos pequeñas conexiones con la actualidad, con la presencia de la radio queda aún más claro este punto. Las noticias sobre el COVID están permanentemente sonando, casi como ruido blanco. Los niños juegan en sus celulares los juegos de moda, valga la redundancia. Sin embargo, eso no nos quita la idea de una infancia distinta.
El eclipse llega, la comunidad y la familia celebran, su relación con el fenómeno es cálida, les sorprende y les alegra este momento. Lo atesoran.
Por otro lado, fuera de lo documental, tenemos la utilización de imágenes volteadas (un giro a cómo vemos las cosas). Múltiples paisajes reflejados. La intervención de lo visual nos lleva por un camino reflexivo y también onírico. Hay también uso del negativo y la lectura de un poema, que en conjunto nos permite alejarnos del plano de lo tangible.
El caos llega en forma de incendio, el quiebre del idílico vivir. Solo lo que puede ser provocado por un ser humano podría reventar esta burbuja. Es la diferencia entre la velocidad del mundo citadino y la de Curriñe lo que nos asombra finalmente, el cariño y respeto por la naturaleza, el entendimiento de los ciclos.
Un eclipse (festejo) y el caos (quiebre) nos viene a demostrar que un cine en conjunto a las comunidades es posible, con el suficiente tiempo de investigación y dedicación y con una manera empática y respetuosa de entrar en un espacio al cual no perteneces. Se puede no tener una visión paternalista ni autoritaria, puedes ceder la cámara un momento, perder el control en un buen sentido. El enlace entre tramos oníricos, infancias representadas y observación silenciosa da una narración quizás no convencional, pero si emotiva a quienes gustan de ver historias poco expuestas.
